"Les aseguro que entre los mortales no se ha levantado
nadie mas grande que Juan el Bautista; sin embargo, el mas pequeño en el reino
de los cielos es mas grande que él" Mateo 11:11
Si hay un personaje admirable en la Biblia, ese es Juan el
Bautista. No sé si es tu personaje favorito, pero que su vida es una continua
enseñanza no lo podemos negar.
Nace de un milagro, es elegido por Dios para una tarea
profetizada y a pesar de toda la presión que debió de haber recibido –de sus discípulos,
de los seguidores y de la gente que lo escuchaba–, aceptó ser segundo,
explicando que él debía menguar para que otro, el desconocido Maestro del que
nadie sabía hasta ese momento, creciera.
Debe ser nuestro orgullo natural que se ve impactado por su
humildad y sumisión, y por eso la admiración. El comentario de Jesús, que
aparece en el versículo que usamos como base para esta meditación, lo coloca en
un lugar de destaque en la historia: “Nadie más grande que Juan el Bautista”
.
Sin embargo, su cabeza terminó en una bandeja, en manos de
una mala mujer. Ser el mejor a los ojos de Dios no significa que no enfrentarás
problemas; solo te sirve para saber que estás excelentemente bien acompañado en
el sufrimiento. Ahí está la diferencia.
Juan el Bautista tenía sus propios discípulos. Era la voz
que el pueblo quería escuchar. Decía cosas que los dirigentes religiosos del
momento nunca dirían. Era capaz de enfrentarse a los políticos que apoyaban al
Imperio Romano. El clima perfecto y la situación ideal para ocupar un lugar de
destaque entre los hombres.
Juan el Bautista prefirió dedicarse a ser lo que el Cielo
esperaba que fuese, y anunció al “Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Juan 1:29).
No fue el más grande por ser el primo terrenal de Cristo, ni
por ser popular entre el pueblo. Lo que lo llevó a ese lugar de privilegio
desde la óptica divina fue su humildad, su consagración a la misión que le
había sido dada y su disposición a anunciar a Cristo.
Entrégate de todo corazón a Dios y el te dará la paz en tu
corazón.
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