"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;
¿quién lo conocerá?Jeremías 17:9
Antes de Sigmund Freud, se creía que la conducta humana era
gobernable, predecible, consciente, absolutamente voluntaria:controlable.
Creíamos que nos conocíamos a nosotros mismos.
Freud nos vino a mostrar cuán poco conocemos de los verdaderos resortes de
nuestra conducta, las fuerzas inconscientes que actúan en nuestra psiquis y
que, en gran medida, manejan nuestro comportamiento.
Sin necesidad de coincidir del todo con Freud, la verdad es
que mucho de lo que hacemos, aun en la vida religiosa, puede responder a
motivaciones falsas, tener un origen neurótico. Podemos autoenga- ñarnos, tal
como lo indica nuestro texto de hoy. Y, a fin de que seamos personas auténticas
y sobre todo cristianos auténticos, es necesario aprender a discernir qué es lo
que realmente motiva nuestra conducta.
Una persona con ansias de notoriedad y poder puede usar, por
ejemplo, el liderazgo religioso para destacarse y manipular a los demás,
sublimando así y legitimando su conducta con el amparo moral que le da, ante la
sociedad, ser representante de Dios ante una congregación. Un individuo
controlador y castrador puede invocar la autoridad de la Biblia y de la
religión para manipular a su familia y a su iglesia fingiendo celo por Dios y
por salvar a los suyos, y resguardar “el honor” de su iglesia.
¿Qué es lo que mueve realmente tu conducta? ¿Amas realmente
a Cristo y deseas ser una persona buena, pues amas a los demás? ¿O en realidad,
por ejemplo, lo que deseas es lograr un lugar en el cielo, escapar de la
condenación final, o destacarte entre los hombres y lograr su aceptación, y por
eso tratas de comportarte bien y ser un “santo”? ¿Es tu apego a la voluntad de
Dios una expresión de tu amor por él y por el prójimo, de tu desarrollo moral,
o solo estás intentando ganarte el cielo con buenas obras e impresionar a otros
con tu “moralidad”?
Sea tu oración la de David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi
corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de
perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23, 24).
EL TESORO ESCONDIDO
Por: Pablo M. Claverie
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