viernes, 25 de septiembre de 2015

Inconsciente, neurosis y valores

"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?Jeremías 17:9

Antes de Sigmund Freud, se creía que la conducta humana era gobernable, predecible, consciente, absolutamente voluntaria:controlable. 

Creíamos que nos conocíamos a nosotros mismos. Freud nos vino a mostrar cuán poco conocemos de los verdaderos resortes de nuestra conducta, las fuerzas inconscientes que actúan en nuestra psiquis y que, en gran medida, manejan nuestro comportamiento.

Sin necesidad de coincidir del todo con Freud, la verdad es que mucho de lo que hacemos, aun en la vida religiosa, puede responder a motivaciones falsas, tener un origen neurótico. Podemos autoenga- ñarnos, tal como lo indica nuestro texto de hoy. Y, a fin de que seamos personas auténticas y sobre todo cristianos auténticos, es necesario aprender a discernir qué es lo que realmente motiva nuestra conducta.

Una persona con ansias de notoriedad y poder puede usar, por ejemplo, el liderazgo religioso para destacarse y manipular a los demás, sublimando así y legitimando su conducta con el amparo moral que le da, ante la sociedad, ser representante de Dios ante una congregación. Un individuo controlador y castrador puede invocar la autoridad de la Biblia y de la religión para manipular a su familia y a su iglesia fingiendo celo por Dios y por salvar a los suyos, y resguardar “el honor” de su iglesia.

¿Qué es lo que mueve realmente tu conducta? ¿Amas realmente a Cristo y deseas ser una persona buena, pues amas a los demás? ¿O en realidad, por ejemplo, lo que deseas es lograr un lugar en el cielo, escapar de la condenación final, o destacarte entre los hombres y lograr su aceptación, y por eso tratas de comportarte bien y ser un “santo”? ¿Es tu apego a la voluntad de Dios una expresión de tu amor por él y por el prójimo, de tu desarrollo moral, o solo estás intentando ganarte el cielo con buenas obras e impresionar a otros con tu “moralidad”?

Sea tu oración la de David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23, 24).


EL TESORO ESCONDIDO


Por: Pablo M. Claverie

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