"Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que
está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de si que el que debe
tener, sino que piense de sí con cordura" Romanos 12:3.
Una de las perturbaciones que muchos tienen, en su relación
con otros y con la vida misma, es la baja autoestima. Hay quienes sienten que
son poca cosa, que no valen nada, que no son suficientemente inteligentes,
capaces, buenos, bellos o atractivos. Creen que no merecen o no pueden ser
amados por otros, ser felices, tener una buena pareja, un buen empleo o
destacarse en la sociedad. Incluso, desde el punto de vista religioso, sienten
que Dios no puede amarlos, aceptarlos, aprobarlos y tener un plan especial para
su vida.
Hay diversos factores que producen este fenómeno, pero
generalmente tiene que ver con la forma en que los seres significativos nos
trataron. La autoestima tiene que ver con el concepto que tenemos de nosotros
mismos, pero también, sobre todo en los años tempranos de nuestra formación
psicológica, con la forma en que otros nos percibieron (y lo demostraron), con
la imagen de nosotros que nos reflejaron.
Padres perfeccionistas pudieron haber hecho sentir al niño
que su valor ante ellos dependía de su apariencia, de sus logros académicos,
deportivos o de otra índole, y generalmente su concepto de su hijo va
acompañado con actitudes o incluso expresiones orales que transmitieron el
siguiente mensaje: “Eres feo”; “No sirves para nada”.
Un niño que no ha recibido afecto, besos, abrazos, que aun
cuando no haya sido censurado de la manera que describimos en el párrafo
anterior haya carecido de suficiente nutrición afectiva, emocional, o sus
padres o tutores hayan sido indiferentes a sus necesidades, le transmiten, de
manera no verbal, el mensaje: “Tú no eres importante para nosotros. No eres
suficientemente valioso como para que nos preocupemos por ti”
.
El pensar de sí con cordura requiere una mirada lo más objetiva
y consciente posible de quiénes somos, cuáles son nuestras capacidades y
limitaciones reales, y nuestras virtudes y defectos reales, y con cuántas
bendiciones Dios nos ha llenado la vida, y no los que un guión inconsciente,
producido por las experiencias nocivas infantiles, nos dicta.
EL TESORO ESCONDIDO
Por: Pablo M. Claverie
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